Hace varios meses, Esteban
Domínguez, un pintor lleno de sueños, pero de origen humilde, conoció en el
pueblo de Santo Domingo a Ricardo De Aragón, un hermoso doncel de alta
sociedad.
La llama de la pasión se encendió en ambos jóvenes y cuando
Ricardo fue comprometido en matrimonio con otro varón de sociedad, los dos
amantes decidieron escapar para iniciar una nueva vida en la gran ciudad.
Hace semanas, cuando Esteban viajaba a bordo de aquel tren
llevando consigo a Ricardo recostado en su pecho, él se sentía el hombre más
afortunado del mundo, pues creía haber encontrado el amor junto a su
"ángel de cabellos de oro"... hoy al descubrir a su querido doncel
besándose con Gilberto De la Fuente, siente que su corazón y sus sueños se
hacen pedazos al vivir el más cruel de los desengaños.
"Así que esta es tu forma de renunciar a tu supuesto trabajo, Ricardo", dijo el pintor sintiendo que la sangre le hervía por la rabia.
El rubio doncel empujó a Gilberto y tartamudeando por
los nervios apenas pudo emitir palabras.
R: E-Esteban e-esto no es lo que c-crees...
Con el ceño fruncido y los
ojos enrojecidos de furia, Esteban dijo con ironía: ¿ah no? ¿entonces lo que vi
es un espejismo? ¿no te estabas besando con Gilberto?
Acercándose sigilosamente al pintor, Ricardo intentó
tranquilizarlo.
R: lo que viste es un error... lo que pasa es que...
La voz masculina de Gilberto interrumpió al doncel diciendo: lo que viste es la realidad... no hay ningún error...
Esteban dirigió su mirada llena rabia hacia Gilberto,
quien con semblante cínico continuó hablando.
G: sí, Esteban, lo que supones es verdad... Ricardo y yo somos
amantes, o al menos eso es lo que él quiere creer después de acostarse varias
veces conmigo a cambio de dinero...
Ricardo gritó: cállate Gilberto... no tienes derecho a...
Gilberto también alzó la voz: tengo todo el derecho de decirle
la verdad a Esteban... que se entere de una vez de la clase de doncel que
eres... que sepa de lo que eres capaz por dinero...
Ricardo se dirigió a Esteban sollozando: no le creas mi amor...
Gilberto está mintiendo... quiere separarnos porque yo lo rechacé y está celoso
de lo nuestro...
G: eso no es cierto... tú te has entregado a mí a cambio de
dinero... yo he pagado muy bien tus servicios como prostituto...
Furioso, el rubio caminó hacia Gilberto y le asestó una fuerte
bofetada en la mejilla derecha.
Ricardo vociferó: eres un desgraciado... tú me violaste...
Gilberto tomó con fuerza la mano del rubio, que
intentaba volverlo a cachetear.
G: yo no te violé... si así fuera por qué volviste a buscarme...
por qué te metiste de nuevo a mi cama... por qué recibiste el dinero que te
pagué por abrirte de piernas...
Ricardo continuaba forcejeando con Gilberto cuando la voz de
Esteban los interrumpió.
E: no cabe duda que los dos son tal para cual... los dos son
basura...
Ricardo miró a Esteban y dijo: no puedes creerle más a este tipo
que a mí... yo te amo...
Con un nudo en la garganta y apretando sus puños, Esteban
respondió: lo único que tú amas es el dinero... quédate con tu amante porque a
partir de hoy eres libre...
Sin decir más, Esteban salió a toda prisa de esa oficina
mientras que Ricardo gritó: espera... no te vayas...
El rubio empujó nuevamente a Gilberto y se dirigió a la salida,
pero la risa burlona del varón lo detuvo.
G: jajajajaja... aunque vayas detrás de él, ese pintorcillo no
te va a perdonar...
Furioso, el doncel gritó: maldito... para qué le dijiste todo
eso...
G: porque tenía que demostrarte que aquí soy yo el que manda...
tú no vas a jugar conmigo como lo has hecho con ese pobre diablo...
Sintiendo que las lágrimas iban a traicionarlo, Ricardo
sentenció: te juro que me las vas a pagar...
Con voz imperativa, el varón contestó: eres tú quien tiene mucho
que pagarme y lo vas hacer... te aseguro que vas a regresar aquí y voy a
cobrarme cada peso contigo...
Ricardo no dijo más y salió corriendo en busca de Esteban
mientras que sonriendo cínicamente, Gilberto prendió un cigarrillo para fumar.
**********
En esos momentos en la mansión Valencia, Francisco entró a la
habitación de su abuela, quien se encontraba moribunda en su cama.
Lleno de tristeza, el ojiazul observó a la altiva anciana
postrada en su lecho con un semblante demacrado.
Teresa abrió los ojos y pidió a su nieto acercarse: ven
Francisco, siéntate junto a mí... quiero verte una vez más antes de morir...
Con el corazón compungido, el varón obedeció.
F: por favor abuela, no hables de muerte... siempre has sido una
mujer muy fuerte y estoy seguro que te vas a reponer...
Haciendo un esfuerzo para hablar, doña Teresa respondió: no
hijo, ya estoy cansada... mi corazón no da más y la verdad es que yo ya deseo
estar junto a tu abuelo y tu padre...
Sintiendo que las lágrimas comenzaban a traicionarlo, Francisco habló: no digas eso abuela... yo te necesito aquí conmigo... me haces falta...
T: no llores hijo... no quiero verte llorar, tú tienes
que ser fuerte... eres el único de los Valencia que queda y en nuestra familia
siempre ha habido hombres valientes que no se quiebran ante nada, ni ante la
misma muerte...
F: quizás yo no sea un Valencia después de todo porque no puedo
evitar sentir dolor al verte así...
T: claro que eres un Valencia... eres idéntico a tu padre y
tienes los mismos ojos de tu abuelo... hijo, no quiero que con mi partida se
pierda el honor de nuestra familia, quiero que tú sigas haciendo valer nuestro
apellido... prométeme eso, prométeme que tú harás florecer nuestro apellido...
Tomando entre sus manos, la mano fría de doña Teresa, Francisco
dijo: te lo prometo abuela, te prometo que no dejaré que el apellido de los
Valencia muera conmigo, por el contrario voy a engrandecerlo... no tengas duda
que así será...
T: lo sé hijo, sé que cumplirás con tu palabra... ahora por
favor llama a tu doncel...
Con extrañeza, el ojiazul preguntó: ¿a Cristian?
T: sí, tráelo aquí y déjanos a solas...
El varón besó tiernamente la frente de Teresa y obedeció a su
petición... minutos después Cristian estaba junto al lecho de la moribunda
anciana.
Con gran esfuerzo, doña Teresa habló: esta será la última vez
que nos veamos Cristian...
Con el rostro bañado en llanto, el doncel interrumpió: no me diga eso, por favor... yo no quiero que usted muera... me siento tan culpable por todo esto...
T: ¿culpable? pero culpable ¿por qué?
C: porque yo sabía que usted no estaba bien del corazón y a
pesar de eso la hice preocuparse por mis estúpidos celos...
La fría mano de la mujer acarició la mejilla del doncel al
tiempo de decir: no digas tonterías... tú no tienes la culpa de nada... mi
corazón ya está viejo y esto iba a suceder en cualquier momento... además tú no
me causaste ninguna preocupación, por el contrario me hiciste feliz... sabes
¿por qué?
C: ¿por qué?
T: porque gracias a esos estúpidos celos, como tú los llamas, me
demostraste que amas a mi nieto... porque tú amas a Francisco ¿verdad?
Con su timidez acostumbrada, el pelinegro respondió
sinceramente: sí doña Teresa... yo amo a Francisco... lo amo como jamás he
amado a ningún hombre...
Esbozando una sonrisa en su pálido rostro, la mujer dijo: pues
siéntete correspondido porque mi nieto también te ama... él mismo me lo dijo...
Sorbiendo sus lágrimas, Cristian añadió: ahora lo sé...
Francisco me lo dijo hace un rato...
T: eso es suficiente para que yo muera en paz... porque sé que
no dejo a mi nieto solo... él se queda contigo... por favor, nunca lo dejes...
ámalo y nunca lo hagas sufrir...
C: y-yo sólo deseo hacer feliz a Francisco...
T: entonces prométeme una cosa... prométeme que harás realidad
mi sueño... a través de ti, Francisco tendrá muchos hijos y el apellido de mi
familia perdurará por muchas generaciones más...
Tartamudeando, Cristian dijo: l-lo prometo... le prometo que voy
a ser madre de sus bisnietos... voy a tener los hijos que Dios quiera mandarme
para que el apellido de los Valencia siga viviendo...
Sintiendo que el aire le faltaba, doña Teresa añadió: y-yo sé
que crees mucho en Dios y por eso habrás de cumplir tu palabra...
Cristian habló con firmeza: sí doña Teresa, le juro que voy a
cumplir mi promesa... haré lo que sea necesario para que el apellido de los
Valencia no se extinga...
**********
En la gran ciudad, Ricardo
regresó a su humilde vivienda para intentar convencer de su supuesto
"amor" a Esteban.
Cuando el pintor lo vio entrar, le dijo: ¿qué haces aquí? esta
ya no es tu casa... tú y yo ya no somos nada...
El rubio respondió: por favor Esteban... tienes que
escucharme... no puedes creer en todo lo que ese tipo dijo...
E: creo en lo que vi... yo te vi como besabas apasionadamente a
Gilberto en su oficina...
Con tono suplicante, el doncel afirmó: no es cierto... fue él
quien me besó...
Esteban alzó la voz: pero tú le correspondiste... disfrutabas mientras lo besabas y no intentes negarlo porque yo los vi... ni siquiera quiero imaginar lo que disfrutaste al estar en sus brazos cuando fuiste suyo...
Ricardo se acercó al pintor para susurrarle al oído
mientras lo rozaba seductoramente con su cuerpo: te juro que yo sólo te amo a
ti...
Esteban se alejó bruscamente: no me toques... no quiero que te
me acerques, me das asco... todo lo que sentía por ti lo has matado con tus
mentiras... yo te tenía en un altar, Ricardo... eras mi inspiración y ahora te
veo como realmente eres...
Con el rostro serio, el doncel preguntó: y... ¿qué soy?
Esteban respondió con firmeza: un interesado... un doncel que es
capaz de venderse por dinero... una persona capaz de prostituirse para tener
lujos y comodidades... alguien que antepone lo material por encima de los
sentimientos, eso eres Ricardo...
Tras escuchar las palabras del pintor, el rubio doncel cambió su
semblante mustio para mirar con altivez al varón y después hablar en tono
soberbio.
R: pues bien, tú ya has dicho lo que piensas de mí... ahora yo
voy a decirte lo que opino de ti... creo que eres un mediocre, un pintorcillo
de quinta que jamás va salir de esta inmundicia, un pobre diablo que creyó tocar
el cielo al enamorar a un doncel como yo... ¿te sientes decepcionado de mí?
pues yo también lo estoy... dejé todo por ti, sólo para darme cuenta que me
fugué con un remedo de hombre, no sabes cuánto me arrepiento de hacerlo... debí
haber escuchado a mi madre cuando me lo advirtió...
Con el corazón partido por las palabras de su gran amor, Esteban
habló: al fin te muestras como eres realmente Ricardo... al fin dejas de
fingir... tú y tu madre son exactamente iguales, personas que se visten con
ropas finas y elegantes, pero por dentro están vacías... están huecas y por eso
no valen nada...
Sonriendo cínicamente, el rubio afirmó: te equivocas... yo valgo mucho y sabes ¿por qué?... por mi belleza... mírame bien Esteban, soy un doncel hermoso... el más hermoso que verás en tu vida, tú mismo me lo dijiste, incluso me pintaste en uno de tus cuadros... yo merezco tenerlo todo por el simple hecho de ser bello... puedo tener a los hombres que quiera a mis pies... a verdaderos hombres con dinero, mucho dinero...
Lleno de dolor, Esteban gritó: pues entonces lárgate de
una vez... vete a buscar esos hombres... hombres que sólo pagarán por tu físico
y te usarán como un pedazo de carne, pero amor no te darán, nunca tendrás
amor... tú no mereces que nadie te ame Ricardo...
R: eso es lo que menos me importa... el amor no sirve de nada si
no hay dinero... de amor no se vive y sin embargo con dinero puedes comprarlo
todo, hasta puedes comprar el amor...
Completamente decepcionado de la persona que amaba, el pintor
dijo: qué lástima me das... pero te aseguro que un día, te vas arrepentir de
todo...
Ricardo contestó lleno de soberbia: de lo único que me
arrepiento es de haberme fugado contigo... de haber desperdiciado mi belleza
con un donnadie como tú...
El pintor respondió sintiendo que las lágrimas estaban por
traicionarlo: sí, tienes razón, soy un donnadie, pero tengo lo que tú no
tienes... tengo dignidad, tengo orgullo y eso me hace valer mucho más que tú...
tú y tu belleza para lo único que sirven es para que los pinten en un billete
de dos pesos, porque eso es lo que tú vales... y ahora lárgate o yo mismo te
saco a empujones...
Con una sonrisa llena de descaro, el rubio doncel miró de pies a cabeza a Esteban para después salir contoneándose cínicamente de la humilde vivienda.
El pintor no soportó más y se dejó caer al suelo
sintiéndose humillado y con el corazón hecho añicos.
**********
En la mansión Valencia,
Cristian no dejaba de dar vueltas en la sala cuando escuchó que alguien
llegaba... era su madre, Magdalena...
C: ¿mamá? ¿qué haces aquí?
M: ¿cómo qué? vine a ver si ya habías regresado con tu marido...
Francisco fue a la casa a buscarte, estaba muy preocupado porque te saliste sin
avisarle... espero que te perdone por hacer ese tipo de tonterías...
El doncel contestó: ay mamá... ahora eso es lo que menos le
importa a Francisco...
M: ¿por qué lo dices?
C: porque doña Teresa está muy mal... tuvo un ataque cardíaco y
el médico dice que hay pocas probabilidades de que sobreviva...
Sorprendida, la mujer dijo: Dios Mío... y ¿por qué no la llevan
a una clínica?
C: el médico dice que no tiene caso, además doña Teresa ya le
dijo a Francisco que si muere quiere que sea aquí, en su casa, y no en un
hospital...
Magdalena se sentó en uno de los sillones de la sala y dijo:
pues no queda más que esperar... y pedir porque Dios perdone los pecados de
Teresa, que estoy segura que son bastantes... siempre fue una mujer déspota y
prepotente...
Cristian se acercó a su madre y habló en voz baja: cállate
mamá... no seas imprudente... no te das cuenta que doña Teresa está agonizando
y tú estás hablando mal de una moribunda... qué clase de cristiana eres...
Magdalena no pudo responder, ya que se escucharon pasos bajando
las escaleras y Cristian corrió para ver qué sucedía.
El doncel vio que se trataba de Francisco, quien con el rostro
triste y melancólico descendía con pasos apesadumbrados.
Acercándose a su marido, Cristian preguntó casi con miedo de escuchar la respuesta.
C: ¿qué pasa? ¿cómo sigue tu abuela?
Francisco miró a los ojos al doncel y respondió: se fue... mi
abuela acaba de morir...
Cristian sintió un fuerte golpe en el pecho y quedándose sin
palabras no pudo más que abrazar fuertemente al ojiazul, quien se esforzaba
para contener el llanto y no mostrarse débil.
El doncel deseaba decir tantas palabras para consolar a su
esposo, pero el shock era tan grande que simplemente no podía emitir ningún
sonido, sólo podía estrechar a Francisco en sus tiernos brazos.
**********
Pero en la vida hay dos
tipos de penas... la pena de saber que no volveremos a ver a alguien porque
murió y la pena de no volver a ver a alguien porque sabemos que aunque está
vivo, desearíamos que se hubiera muerto.
Era la segunda de estas penas la que Esteban vivía dentro de su pobre vivienda en la gran ciudad.
Con los ojos nublados por las lágrimas, el pintor observaba el cuadro que pintó de Ricardo, su ángel de cabellos de oro.
Ante aquel hermoso rostro pintado, Esteban lloraba
mientras recordaba los momentos vividos con el doncel al que había entregado su
amor... lloraba por las ilusiones y los sueños rotos.
Con esfuerzo, el pintor agarró un pincel y tras sumergirlo en
pintura oscura, comenzó a dar de pincelazos sobre la que era una de sus mejores
creaciones.
Ante cada brusca pincelada, Esteban desfogaba la amargura que
sentía de tener el corazón roto por alguien que no valía la pena.
Entonces con el rostro bañado en llanto, el pintor habló sin
dejar de destruir el retrato de Ricardo.
E: no me voy dejar vencer por esto... no me voy a morir por ti
Ricardo... te prometo que voy a salir adelante... voy a triunfar en la vida, no
para volver contigo sino para demostrarte de lo que soy capaz... voy a ser un
gran pintor, aunque nunca te vuelva a ver, voy a ser un gran pintor, te lo
prometo...
La voz de Esteban resonó en todo aquel humilde cuarto... era la voz de un hombre que se hacía una promesa a sí mismo, de esas promesas que se hacen en la noche con la firme convicción de que algún día se volverán realidad.
**********
Al día siguiente en Santo
Domingo se corrió la voz de la muerte de doña Teresa, viuda de Valencia...
muchas personas importantes acudieron al velorio de la anciana.
Fue un día largo y pesado para Francisco, quien tuvo que
soportar a decenas de personas que le decían lo que siempre se dice en estos
casos... eran pésames vacíos que únicamente revivían en el ojiazul el recuerdo
de cuando tuvo que enterrar a su madre, así como cuando se enteró del
fallecimiento de su padre.
Cristian estuvo junto con su marido todo el tiempo... cumpliendo
con su labor de doncel atendiendo a quienes entraban y salían de la enorme
mansión para dar el pésame.
El día del entierro no fue menos pesado... doña Teresa fue
sepultada en la lujosa cripta familiar de los Valencia, donde también se
encontraban los restos del abuelo y padre de Francisco.
Y después de todos los actos fúnebres, Cristian y Francisco
regresaron a la gran mansión, donde más que nunca se resentía la ausencia de la
anciana.
Bastaba que el doncel cerrara los ojos para que pudiera escuchar
el taconeo y el lento andar de la anciana con su bastón.
Cristian observó que Francisco apenas si probó bocado ese día...
el doncel deseaba decirle tantas cosas a su marido, pero aún le faltaban
fuerzas para expresar con palabras todo lo que sentía.
Esa noche, Francisco se sentó en el jardín de rosas para embriagarse con su fragancia y olvidar por unos instantes la pena que sentía.
De pronto, el varón sintió que una mano se posó en su
hombro y volteó para descubrir que se trataba de don José, el jardinero.
J: no te aguantes las ganas de llorar muchacho... uno no es
menos hombre por llorar de vez en cuando...
Con tono serio, el ojiazul dijo: le aseguro que no quiero
hacerme el fuerte don José... es simplemente que no puedo llorar... a pesar que
quise mucho a mi abuela, siento como si mis lágrimas se hubieran secado hace
tiempo cuando perdí a mi madre...
El jardinero se sentó junto a Francisco y contestó: entiendo lo
que quieres decir... el dolor de perder a una madre es algo incomparable, es un
dolor similar al de perder un hijo... tu abuela, doña Teresa, vivió ambos
dolores, a ella también se le secaron las lágrimas... quizás por eso, tras
enterrar a tu padre, jamás la volví a ver llorar...
El ojiazul miró al viejo jardinero y preguntó: ¿por qué la vida
es así? ¿por qué se tiene que morir la gente?
El hombre mayor contestó: yo no sé contestarte eso, alguna vez
te dije que mi fuerte son las rosas... y las rosas al igual que las personas
también se mueren, sólo que a ellas les decimos que se marchitaron...
Francisco cambió la pregunta: y entonces ¿por qué cree que se
marchitan las rosas?
Después de unos segundos de silencio, el jardinero respondió: lo
único que puedo decirte es que las rosas mueren en invierno, pero reviven en
primavera y florecen aún más hermosas... quizás pase lo mismo con las personas
que se mueren, ellas deben revivir en el corazón de quienes los amaron y deben
hacerlo aún más brillantes...
Francisco sonrió ante las palabras de don José y sin decir más
se alejó del jardín de rosas para encerrarse en su despacho.
**********
Dentro de su habitación,
Cristian no podía conciliar el sueño... esperaba que Francisco entrara al
cuarto para dormir a su lado, pero los minutos transcurrían sin que el ojiazul
apareciera.
Cansado de esperar, el doncel salió del cuarto para buscar a su
esposo... la oscuridad de la noche invadía toda la casa y sólo había luz en un
lugar.
Cristian se dirigió al despacho y ahí encontró a Francisco sentado con una copa de vino en la mano.
El doncel caminó lentamente hasta llegar a su marido y con suavidad
acarició los cabellos oscuros del varón.
C: ¿no piensas acostarte?
Francisco miró a Cristian y respondió: no tengo sueño...
C: yo tampoco tengo sueño, pero me gustaría que estuvieras conmigo en la habitación...
Con una sonrisa forzada, Francisco habló: ¿extrañas
verme acostado en el sillón de nuestro cuarto?
Sin dejar de acariciarle el cabello, Cristian respondió: no...
hoy no quiero que duermas en el sillón... hoy quiero que duermas conmigo, a mi
lado...
F: en otro momento, no sabes cuánta alegría me hubiera dado
escuchar eso... pero ahora, me siento tan mal... me siento tan solo...
Cristian se acurrucó frente a Francisco y le dijo: no digas
eso... tú no estás solo...
El varón insistió: se murió mi abuela, Cristian... ella era el
único familiar que me quedaba... ya no tengo a nadie más...
Cristian miró a los ojos azules de Francisco y le dijo con
firmeza: me tienes a mí... quizás yo no llevo tu sangre, pero soy tuyo porque
soy tu doncel... tú nunca vas a estar solo mientras yo esté contigo... yo te
amo...
Cristian se puso de pie y obligó a Francisco para hacer lo mismo
quedando frente a frente.
C: ahora soy yo quien te pide que digas que me amas... dímelo
Francisco... dime que me amas...
El ojiazul acarició la mejilla del doncel y le susurró al oído:
te amo... y tienes razón, ahora tú eres todo lo que me queda...
Con una tímida sonrisa, Cristian respondió: tú también eres todo
para mí...
El doncel tomó de la mano a su marido y lo atrajo hacia sí para conducirlo con suavidad hasta su habitación, la cual era iluminada sólo por la luna que se colaba por la ventana.
Un beso lleno de pasión y deseo por parte de Francisco terminó por romper la última barrera de timidez de Cristian, quien dejándose llevar por el amor que sentía a su marido comenzó a desvestirlo, quitándole primeramente el saco y la camisa.
A pesar de las penumbras, el doncel pudo apreciar ese pecho
velludo y musculoso, el cual acarició con sus tersas manos despertando la
virilidad de Francisco, quien sentía sumergirse en el mejor de sus sueños
eróticos.
Bajando sus manos con suavidad, Cristian desabrochó el cinturón
de Francisco para después desabotonar su pantalón y bajarlo hasta los tobillos.
Cristian tragó saliva al apreciar la elevación del bóxer negro
de su marido, el cual reflejaba la excitación del varón.
Francisco tomó por la cintura al doncel atrayéndolo con fuerza a
su cuerpo y haciéndole sentir su hombría.
El varón le susurró al oído: no sabes cuánto deseaba este
momento... cuánto deseaba que tú te entregaras a mí... que fueras mío por tu
propia voluntad...
Sintiendo que su corazón estaba por salírsele del pecho,
Cristian respondió: soy tuyo Francisco... desde hoy, sólo tuyo...
Embriagado por la lujuria, el varón empujó al doncel en la cama,
quien cayó con suavidad mientras cerraba sus ojos... de pronto, sintió que el
ojiazul se aferraba a sus caderas para después despojarlo de cada una de sus
prendas hasta dejarlo en completa desnudez.
Pero esta vez, Cristian no cubrió su cuerpo avergonzado como en
otras ocasiones, por el contrario, dejó que su marido apreciara su esbelta
figura y cuando este se subió a la cama, el doncel abrió las piernas
invitándolo a colocarse entre ellas.
Francisco se desprendió de su ropa interior liberando su
hombría, la cual estaba hambrienta por hundirse en la estrechez de ese doncel
que se le ofrecía por primera vez sin miedo y sin pudor.
Cristian observó la virilidad de su marido, pero esta vez la
observó sin temor ni vergüenza, esta vez relamió sus labios deseando que esa
espada de carne se introdujera en lo más profundo de su ser.
El doncel sintió que su intimidad se humedecía por el deseo de
albergar dentro de sí la hombría de su amado.
Pero Francisco no se hundió de inmediato en su doncel, sino que
buscó provocarlo aún más... deseaba que fuera el pelinegro quien rogara por ser
penetrado.
El ojiazul acercó su
rostro a esa cueva que le provocaba tanto placer... primero la acarició con sus
grandes manos arrancando el primer gemido de frenesí del doncel.
Como era de esperarse, el anillo de carne lucía rosado y
cerrado, pues habían pasado semanas desde la última vez que el varón tomó a su
doncel... esa última vez, él lo había forzado, pero ahora Cristian se entregaba
por su propia voluntad.
El pelinegro movió sus caderas como pidiendo que su marido le
hiciera de una vez el amor sin hacerlo esperar más, pero Francisco prefirió
hundir su lengua en aquel estrecho orificio.
Sorprendido por la acción del varón, Cristian respingó al tiempo
de decir: q-qué... qué haces...
Sin dejar de lamer la intimidad de su doncel, Francisco
respondió: darte placer...
Retorciéndose y aferrándose a las sábanas, Cristian dijo
tartamudeando: pe-pero esto no está bien... esto e-es pe-pecado...
El ojiazul contestó: no existe el pecado entre dos seres que se
aman... déjate llevar Cristian... déjate llevar por la pasión...
El doncel no pudo ni responder, pues sólo logró gemir ante el
éxtasis que le provocaba el beso negro de su marido.
Luego de probar los jugos ardientes de su doncel, Francisco se
levantó para besar el abdomen de Cristian, provocándole una nueva y deliciosa
sensación que electrizó todo su cuerpo.
El varón recorrió con su lengua desde el abdomen hasta el pecho
de su doncel dejando un sendero de besos húmedos que casi hacían desfallecer al
inexperto joven.
Francisco llegó hasta el hermoso rostro de Cristian, quien con
los ojos humedecidos y nublados apreció los profundos ojos azules de su marido.
El hombre habló con voz gruesa y seductora: dime que me deseas
Cristian...
Haciendo un esfuerzo para hablar, el doncel respondió: te- te
deseo Francisco...
F: ¿qué quieres que te haga?
Confundido, el doncel preguntó: ¿cómo?
F: dime qué quieres que te
haga...
Sintiendo sus mejillas arder, Cristian respondió resoplando:
quiero que me hagas el amor...
Francisco sonrió: sabía que un día me lo pedirías... sabía que
este día llegaría... y hoy será como nuestra primera noche... te prometo que
hoy te voy hacer alcanzar el cielo...
Cristian dijo: siempre estoy en el cielo cuando tú estás
conmigo...
Francisco no aguantó más y apuntando su virilidad al agujero de Cristian comenzó a introducirse lentamente.
El doncel gimió al sentir la longitud de su marido adentrándose
en él: ahhhhhhh... ahhhhh....
Esta vez Cristian no intentó cerrar sus piernas para evitar la invasión,
esta vez el doncel se aferró al ojiazul para que este pudiera hundirse más
profundamente y acariciarle lugares inexplorados que ni él mismo sabía que
existían.
Al notar la entrega de su doncel, Francisco fue introduciéndose más sintiendo como la intimidad ardiente de Cristian se ampliaba amoldándose a su gruesa virilidad.
Cuando el ojiazul invadió en su totalidad el orificio de
Cristian, se quedó dentro de él sin moverse por unos instantes deseando
prolongar la sensación de sentirse envuelto por la calidez del ser amado.
Cristian también disfrutaba de ese íntimo momento de fusión con
su marido... tal como Francisco le había prometido, sentía que podía tocar el
cielo al estar unido y ser una extensión del hombre que amaba.
Pero después de varios minutos, Francisco salió por breves instantes del cuerpo de Cristian para comenzar con la danza del arte amatorio.
Cristian gemía enloquecido
de sentir entrar y salir la virilidad de su marido.
Francisco gruñía embravecido de lujuria mientras embestía a su doncel con la fuerza de un león, pero con la suavidad del agua que apaga el ardiente fuego.
Las llamas de la pasión incendiaron esa oscura habitación donde
sólo se escuchaba el golpeteo de dos cuerpos sudorosos que se vuelven uno y los
gemidos de placer de dos amantes que se entregan sin límites.
Cristian perdió la cuenta de las veces que se corrió manchando el abdomen de su viril marido, sin embargo sí puso atención a las veces que Francisco depositó su semilla en él.
Cada vez que sentía que sus entrañas eran bañadas por la
simiente del ojiazul, el doncel pedía quedar preñado para pronto poderle dar un
hijo a Francisco.
Después de varias faenas de placer, Francisco se dejó caer extasiado en la cama mientras resoplaba cansado de la vigorosa actividad.
El varón atrajo el cuerpo desnudo de su doncel para abrazarlo
por la espalda y arroparlo con su propia desnudez.
Oliendo los cabellos húmedos de Cristian, Francisco dijo: prométeme que nunca vas a dejarme de amar... prométeme que en tu vida nunca habrá otro hombre que no sea yo...
Con la voz entrecortada,
Cristian respondió: te lo prometo... esta noche, te prometo que sólo viviré
para hacerte feliz, para ser tu compañero, tu cómplice... y también para ser
madre de tus hijos...
Sonriendo, Francisco dijo: ¿deseas quedar embarazado?
Cristian respondió con seguridad: es lo que más anhelo... deseo
que un niño nazca fruto de este amor que sentimos el uno por el otro...
El ojiazul apretó con más fuerza a su doncel y dijo: pronto
vamos a ser padres... pronto vas a llevar en tu vientre un hijo mío... estoy
seguro de eso...
Cristian dijo: ahora tú prométeme algo... prométeme que nunca vas a mentirme, que siempre vas hablarme con la verdad, incluso si un día dejas de amarme...
Francisco besó sensualmente el cuello del doncel y dijo: eso
nunca sucederá... lo único que puedo prometerte es que siempre te amaré... no
habrá en mi vida otro doncel que no seas tú...
Cristian besó tiernamente los labios de Francisco, quien
correspondió con fogosidad a la caricia.
Y así el amor y las promesas continuaron esa noche... dos
cuerpos, un deseo y suspiros en la almohada... voces entrecortadas de pasión
que no se acaba.
"Promesas en la
noche, figuras que se funden y espejos que reflejan la tibia madrugada que al
entrar callada no quiere despertar a los amantes, ni borrar lo que
pasó..."
(Fragmento de S. Riera
Ibáñez)
**********
Un mes transcurrió desde
la muerte de doña Teresa y llegó el día del cumpleaños de Francisco... Cristian
preparó un pastel para agasajar a su marido y en la cocina le daba los últimos
toques...
Magdalena observaba a su hijo feliz de adornar el pastel para su
esposo.
M: la verdad es que se respira un ambiente distinto desde que
Teresa ya no está en la mansión...
Cristian miró a su madre y dijo: no digas eso mamá... a pesar de
todo, doña Teresa fue una buena mujer... no hables mal de ella, te lo
suplico...
M: tienes razón, después de todo ella ya está muerta y Dios debe
haberla juzgado... lo que quería decir es que siento esta mansión demasiado
sola... creo que es demasiado grande para que tú y Francisco vivan solos...
C: y ¿qué quieres que hagamos?... esta es nuestra casa y si Dios
quiere, pronto habrán niños corriendo y saltando por todos lados...
Magdalena se acercó a su hijo y habló: claro, estoy segura que
pronto habrá muchos niños y tú necesitarás de ayuda...
Cristian suspendió el adorno del pastel y preguntó: ¿qué quieres
decirme mamá? deja de dar rodeos...
M: lo que quiero es proponerte que yo me venga a vivir a esta
casa... la verdad yo también estoy muy sola y creo que aquí estaría mejor... te
acompañaría mientras Francisco no está... él es muy ocupado, mira la hora que
es, ya casi anochece y aún no llega y eso que es su cumpleaños...
C: así es, Francisco es muy ocupado, pero eso de venirte a vivir
a esta casa... no lo sé mamá... tendría que consultarlo con él...
M: pero hijo... ¿acaso no quieres que yo, tu madre, viva con
ustedes?
Cristian respondió con firmeza: para serte sincero... no creo
que sea buena idea mamá...
Magdalena se acercó a su hijo para tomarlo de las manos y
decirle: hijo, yo sé que tú aún me guardas resentimiento porque siempre
pensaste que yo prefería a tu hermano, pero creo que desde que Ricardo se fue,
nuestra relación ha mejorado...
C: sí, en eso tienes razón... pero a veces me pregunto si la
razón de tu cambio conmigo es porque soy lo único que te queda... a veces me
pregunto qué pasaría si Ricardo volviera...
La mujer respondió: no digas tonterías... Ricardo nunca volverá,
él decidió su propio camino y sólo espero que haya encontrado la felicidad,
pero no hablemos de tu hermano... ¿qué dices? ¿no te gustaría que viviera aquí?
Ante la insistencia de la mujer, Cristian respondió: déjame
consultarlo primero con Francisco, ¿te parece?
Magdalena iba a insistir cuando Lupe, la sirvienta personal de
Cristian, entró a la cocina diciendo: señor Cristian, el patrón don Francisco
ya llegó... está guardando su caballo...
Muy nervioso, Cristian dijo: perfecto... llama a José para que
todos estemos en la sala y le demos la sorpresa a Francisco cuando entre...
La criada obedeció y Magdalena preguntó: ¿que llamen a José? ¿te
refieres al jardinero?
C: sí mamá, a él... ¿por qué?
La mujer contestó: pues porque ese hombre es el jardinero...
¿cómo permites que se mezcle con nosotros?
Cristian respondió firmemente: mamá, don José es más que un
jardinero para Francisco, así como Lupe es más que una sirvienta para mí... por
favor, abstente de ese tipo de comentarios clasistas... a Francisco no le
agradan...
Con una sonrisa fingida, la mujer se disculpó: perdón... se me
olvidaba el origen de tu marido...
Cristian prefirió hacer oídos sordos al comentario de su madre y
agarrando el pastel que preparó se dirigió apresuradamente a la sala.
La luna ya iluminaba el cielo de Santo Domingo cuando Francisco entró a su casa encontrándose con la sorpresa que su doncel le había preparado.
"Estas son las mañanitas
que cantaba el rey David, a los muchachos bonitos se las cantamos así".
Cristian, con pastel en mano, Magdalena, don José y Lupe
entonaban las mañanitas para el ojiazul, quien con una gran sonrisa se acercó a
besar a su bello doncel.
F: muchas gracias Cristian... gracias a todos, con tanto trabajo
ni siquiera me acordé que hoy cumplía años...
El doncel dijo: lo sé mi amor... pero aunque sea tarde, aquí
estamos los que te queremos para felicitarte... mira, yo mismo te hice el
pastel que te gusta...
F: luce delicioso... ya quiero probarlo...
Magdalena dijo: pero antes, querido yerno, tienes que pedir un
deseo y soplar las velas...
Rápidamente, el pastel fue colocado en una mesa y varias velitas
fueron encendidas.
Francisco se colocó detrás del pastel y a su lado Cristian,
quien le dijo: ahora mi amor, sopla las velas...
Magdalena añadió: pero no te olvides de antes pedir un deseo...
Francisco cerró los ojos y pidió su deseo... luego apagó las
velas de un fuerte soplido.
Todos aplaudieron y Magdalena preguntó: se puede saber qué deseo
pediste, yerno...
Francisco respondió con sinceridad: pedí que para mi próximo
cumpleaños haya un bebé ayudándome a soplar estas velas...
Cristian se sonrojó al escuchar el deseo, mientras que don José
dijo: pero Francisco, si revelas tu deseo, ya no se cumple...
El ojiazul tomó por la cintura a Cristian y besándolo en la
mejilla habló: este sí se cumplirá ¿verdad amor?
Con las mejillas enrojecidas, Cristian sólo asintió.
Entonces Lupe y don José comenzaron a corear: mordida,
mordida... muerda el pastel patrón...
Con una amplia sonrisa, Francisco se disponía a cumplir con la
tradición de darle la primera mordida al pastel cuando una voz resonó en la
mansión Valencia.
Una voz suave, pero firme, que dijo: Buenas noches... a todos...
Don José y Lupe miraron con extrañeza a la persona desconocida
que acababa de llegar.
Magdalena volteó la mirada con incredulidad al reconocer la voz
que les saludaba.
Los ojos azules de Francisco se posaron en la atractiva figura
del recién llegado.
Y tras mirar con los ojos muy abiertos al doncel de cabellos
dorados que estaba frente a ellos, Cristian entreabrió sus labios para decir un
nombre...
C: ¡RICARDO!




























